Semana 1: El inicio de las bitácoras

Miércoles 24 de enero, 2024

 

Investigación social es la materia más aburrida y de relleno en toda la facultad.

 

Esa es la afirmación que he escuchado más de una vez, de diferentes formas, cuando preguntaba de qué iba la materia. Me causó curiosidad por qué dirían eso sobre una clase de tres horas, pero pensándolo bien, también he escuchado la misma premisa cuando hablan de Deontología (por interesante que me haya resultado cuando la vi), pero me topé con eventos que tal vez me den más expectativas que las negativas con las que venía en mi cabeza. 

 

Para empezar, por fortuna, conozco a más de las dos almas con las que inscribí la clase, lo cual resulta excelente para mí, porque detesto no conocer con quiénes compartiré un espacio, y si así resultaba ser el caso, el profesor resolvió ese problema con una actividad peculiar.

 

“Saquen una hoja” dijo, y momentos después nos puso a todos a dibujar algún objeto o símbolo que, sentíamos, podía representarnos. Pensé en diferentes cosas, pero sería una mentirosa si no admitiera que, antes de poder darle otra vuelta a esas ideas, ya estaba dibujando un micrófono en el papel. Volteé a ver a Mariale y ella estaba haciendo lo mismo, mientras que Sofía dibujaba una pesa un poco fea pero que igualmente representaba lo gym rat que es ella. Después de que todos terminaran su dibujo, los recogió. Creí que entonces la dinámica iba a ser él mostrando dibujo por dibujo y nosotros mirando alrededor en el salón y adivinando casi que por azar quién era quién. Ahora me doy cuenta de lo absurdo que suena, y que la idea del profesor terminó siendo mil veces mejor. Al azar, repartió las hojas y ahí teníamos que poner adjetivos o cualidades que distinguíamos de la persona usando exclusivamente el dibujo como referencia.

 

Recordemos que mencioné la presencia de otra gente conocida y amigos en clase, bueno, al ver un sol bastante artístico, poético y bohemio en un papel, no dudé ni por un segundo que la autora había sido Alejandra Vásquez, mi compañera y amiga de Periodismo, cuya vibra grita: ¡Libertad! ¡Tengo mil ideas y me visto cool! Bueno, tal vez no tan así, pero si ustedes vieran ese sol con varios trazos y ojos con pestañas, y además vieran una sola vez en persona a mi amiga, Ale, estarían de acuerdo conmigo. Escribí entonces mis adjetivos según el dibujo: libre, creativa, artística, buen estilo, y estuve a punto de escribir su nombre si no fuera por imaginar un escenario donde realmente no era su dibujo y yo quedaba en ridículo. Otra vez los papeles fueron recogidos y llegó la hora de ver qué tanto le habíamos atinado todos a la dinámica. Mostraba el papel, leía los adjetivos y el artista recogía su arte y nos confirmaba si el lector le había atinado o no. Pero lo que realmente nos impactó es que, en la mitad de leer y reconocer, el profesor interpretó la letra escrita y leía al propio lector. ¿Este señor nos dará clase? ¡Qué cool! 

 

Según él, si alguien tiene la letra pequeña es porque es una persona detallista y enfocada, pero si es grande entonces es creativo y extrovertido. Pero lo curioso es que no solo soltaba datos como esos, sino que podía con certeza afirmar un rasgo específico de alguien o hasta cierto comportamiento o relación en su vida personal. Yo sabía que había personas con estas habilidades, pero no creí que mi profesor de miércoles 12 a 3 iba a ser una de esas personas. Que después admitiera estar a punto de entrar al cuerpo de la policía lo hizo solo un poco menos sorprendente.

 

Sin embargo, el dibujo que causó más conmoción fue el de un anillo de compromiso, que le había tocado describir a mi amiga Sofía. “Enamorada, femenina...” y otros adjetivos que tal vez no estaban muy en lo correcto, pero vaya que el dibujo fue una pista enorme, porque resultó ser que la chica estaba comprometida. ¡Comprometida! Hablaba con seguridad y amor sobre su pareja, mientras todos escuchábamos atentos cómo incluso lleva más tiempo de comprometida que de haber sido solo novia. Su boda sería el siguiente año, y tenía ese brillo que vemos en todas las personas demasiado intensas y profundas en amor. Fue bonito, la verdad, la cereza del pastel de la actividad (aunque su dibujo no haya sido el último).

 

Después de toda esa montaña rusa de emociones, el profesor dictó ciertas normas de la clase. Para empezar, la que estoy ejerciendo ahora mismo. Mantener una bitácora semana a semana de lo que íbamos viviendo en las clases, como ejercicio de práctica en escritura. Admito que al inicio me pareció innecesario, y eso viene de alguien que adora escribir, pero ahora estando frente al teclado, no resultó ser tan mala idea. Su siguiente norma era la ortografía. Y para demostrar sus expectativas y antiguas decepciones, terminó presentando un trabajo de un chico de la Javeriana. Lo había hecho por dos motivos: primero, para atestiguar lo terrible que puede ser descuidar la atención al detalle, y segundo, para que mediante mil errores ortográficos y de gramática, leer el tipo de persona que es, o quién era al entregar el trabajo.

 

Finalizando, nos habló de algo llamado The Comfort Zone, con el propósito de hacernos entender que durante todo el semestre pretendía hacernos trabajar más allá de los límites en los que seguramente nos sentimos más cómodos. ¿Por qué? Porque según este esquema, hay tres etapas después de la zona de confort: la del miedo, la de los riesgos y la del crecimiento. Lo cual me parece importante en una materia como estas donde la investigación es el protagonista, tomas riesgos ayuda al crecimiento personal y académico. 

 

Para ya cerrar, aprendimos lo que era la taxonomía de Bloom, lo cual es una pirámide que de abajo a arriba va: recordar, comprender, aplicar, analizar, evaluar y crear. Esta pirámide representa el proceso de trabajar con fragmentos, partes, elementos, organizarlos, ordenarlos y combinarlos para formar un todo, un esquema o estructura que antes no estaba presente de manera clara.

 

Esperaré poder ampliar mis conocimientos usando estas estrategias cuando continúe en la siguiente bitácora. 

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