DIARIO DE CAMPO - VILLA DE LEYVA

Esmeralda y yo, las mejores amienemigas

 Boyacá me quiso matar, pero yo no me dejé.

 

Muy literalmente.



No fui disruptiva. Empezaré por ahí 

Mientras escribo, a las 11 de la noche, pensando en cómo contar mi experiencia, lo único que ronda por mi cabeza es que no fui a la cárcel. O un prostíbulo. O a tomar yajé (aunque probablemente no regresaba viva a clase porque mis papás me hubiesen matado de hacer algo así). 

Yo a veces considero ser contra la corriente. Me gusta complicarme la vida de mil maneras. Procrastino y suelo dejar las cosas para lo último (Cobos, este trabajo no, lo hice desde el día uno, tú solo cree en mí, la fecha del blog está mal) y todo porque no sé decir que no, a veces ni siquiera a mí misma. No siempre, claro, pero es como un arranque de estupidez que me dice: jaja sapa, ahora solucione. 

Siendo así, fácilmente me vería, en otra realidad, escribiendo sobre una clínica forense, un cultivo de marihuana o algo estrambótico como una carrera de caballos. Pero no, porque simplemente nada de eso se me ocurrió.  

No se me ocurrió un psiquiátrico o un templo budista. Pensé en un mercado de pulgas, para ver si me volvía hippie y sostenible, pero no sé dónde tenía la cabeza cuando decidí: Villa de Leyva. 

Volteé a ver a mi esquizofrénica mitad universitaria, tolimense, llamada María Alejandra, alias male, y le dije la idea. Nos pusimos felices y pensamos de una vez en el viaje, y en el enfoque que podríamos darle. Naturalmente, el lado periodístico salió a flote sin querer, y empezamos a imaginarnos mil entrevistas, ella buscando por el área campesina y de plazas de mercado en el tan famoso pueblo boyacense, y yo desde el sector turístico. 

Nos parecía una excelente idea documentar un sitio que parece tan básico y general para muchas personas de la región, pero para dos foráneas, de pueblo, de clima caliente, era la oportunidad de mirar con otra perspectiva. 

El plan era sencillo. Mil veces le había oído a mi novio hablar de su casa en Villa de Leyva.  

Parada necesaria: nunca en mi vida he querido ser la niña que solo habla de su novio (porque #empoderada) pero bare with me porque sin él no hay diario de campo. Si algún día terminamos, y el/la que está leyendo esto se entera, bien pueda regrese a leer para reírse. 

Otra vez: el plan era sencillo. Mil veces le había oído a mi novio hablar de su casa en Villa de Leyva. Su mamá y abuela echaban broma de cuándo iba (yo me reía con educación) y lo mismo pasaba cuando su papá tiraba la invitación, pero con más convicción (le creí más pero igual fue una risa con educación). Soy penosa, no pretendo abusar, pero era perfecto ahora. Así que, después de pensarlo, le escribí a Nicolás que, si Mariale y yo podíamos ir, y obviamente dijo que sí. 

A medida que íbamos aprendiendo sobre el tema, se me ocurrían aportes a mi trabajo. ¿Mi hipótesis? Realmente no tenía una. Iba con las expectativas tan amplias, que incluso creo rozaron las nubes un poco. Tal vez ese fue mi problema. Eso sí, quería confirmar lo que me preguntaba tanto: qué tan turístico es Villa de Leyva. O, más bien, qué tanto realmente vale la pena. 

Todo se complicó cuando Mariale me dijo que el supuesto fin de semana que íbamos a viajar, su mamá venía de visita. Oh oh. Esto era inconveniente para la situación, porque a la propuesta de ir a Villa de Leyva y quedarnos se le sumaba una persona más, y la verdad, la vergüenza ya no me daba. Obvio, el papá de Nicolás no iba a decirnos que no, pero sentía que estaba aprovechándome de la situación. Por suerte, después Mariale me dijo que iba a ir con su mamá en semana santa, en un plan de vacaciones que al parecer le brindaba la pensión a doña Margarita. 

Un problema listo, y otro en la esquina. 

― Mi papá ya no puede ir a Villa de Leyva. 

Maldita sea. ¿Ahora qué iba a hacer? La alternativa era unirme a su viaje de semana santa con su mamá y sus abuelos, pero, otra vez, la vergüenza no me daba como para quedarme toda una semana. Además, enserio quería ir a Cúcuta en vacaciones, quería ir a mi casa. Pero ahí estábamos, a dos semanas, yo no tenía aún vuelos comprados para viajar, y estaba pensando en qué rayos hacer. 

― Podemos ir a Cácota ―me dijo mi mamá, por llamada, tratando de darme esperanzas. 

Pero no quería ir a una montaña fría, con un lago al que no puedo entrar, y teniendo que ir por un solo día, aguantando la mala carretera de Norte de Santander, para solo después escribir sobre el queso. Y así, entonces, a los siguientes días, se volvió a solucionar todo. 

― Ahora sí podemos ir.  

Bueno, crisis de media semana, solucionada.  

Entonces, el sábado 9 de marzo, me levanté a las 4:40am para arreglar todo, que nada se me quedara, y haciendo todo con mucho sueño. A las 5:50am me recogieron Don Javier y su hijo, y entonces echamos a andar rumbo al pueblito boyacense más famoso de Colombia. 

Al inicio iba emocionada, grabando, pensando, hablando los tres, hasta que el sueño ganó, me recosté contra la ventana y no abrí los ojos sino hasta unos 15 minutos antes de la parada para desayunar. 

 

 

 

Sábado 9 de marzo, 2024 


Aguapanela pa’l frío, y arepa boyacense pa’l alma 

 

Desayuno en carretera. Me guardé la segunda arepita para el resto del camino.

 

Si hay algo de lo que yo voy a hablar en este viaje es sobre comida.  Y es que un viaje no califica como tal si dentro de ese turismo ignoramos la gastronomía. Claro, siempre que salgo con Nicolás y su papá, yo termino por comer bastante delicioso (y escuchando charlas culinarias porque ambos se creen chefs) pero creo que la respuesta a la hipótesis extraña que tenía sobre el turismo en Villa de Leyva se direcciona por la comida. 

Huevos revueltos, queso, aguapanela y pan. Qué desayuno tan andino para empezar el día, y bastante útil, porque todavía nos quedaban como dos horas para llegar. El lugar era uno de esos desayunaderos de carretera, que don Javier ya conocía de todas las veces que había parado a comer en el camino. Era grande, con mesas y sillas de madera. Había unas cuantas personas más, y el lugar se llamaba “Restaurante Dentre Sumercé. 

Creo que es necesaria una parada técnica en la lectura del viaje, porque no puedo resistir más tiempo. Necesito resolver la duda existencial que me carcome como mujer santandereana. ¿De dónde rayos viene el sumercé? 

El Diccionario de americanismo, 2010, registra “sumercé” como forma de respeto y afecto usada en la zona central de Colombia. Pero resulta que, usuario lector con ahora intriga por la palabra como yo, el famoso pronombre viene de “su merced”, expresión similar a “su santidad”, “su eminencia”, “su majestad” y “su alteza”. Nos podríamos imaginar que viene desde la época del virreinato, cuando en pleno epicentro del país teníamos españoles diciéndonos qué hacer y había que contestarles con el sugerido respeto. Después, estas formas fueron precedidas por otras aún más obsecuentes como “vuestra merced” y “vuesa merced”, que originaron el pronombre “usted”.  

Nosotros los de regiones distintas Boyacá y Cundinamarca podemos decir todo lo que queramos sobre la gente. Que si los rolos definitivamente son creídos y tienen acento, que si la carranga es horrible, que si el boyacense habla chistoso. Hay una verdad infinita: “sumercé”es la mezcla perfecta entre “tú” y “usted”. Personal e impersonal. 

Y mientras me tomaba mi caliente aguapanela, sacando de vez en cuando trocitos de queso del pocillo (sí, el queso va con chocolate y aguapanela), y me dedicaba a grabar todo para documentarlo, me preguntaba qué íbamos a hacer al llegar. No había un cronograma, no sabía a dónde iríamos primero. Me daban nervios estar tan a la expectativa, pero yo no era nadie como para imponer planes. Don Javier conocía Villa de Leyva de arriba para abajo, claro, no mejor que sus amigos a quien después conocí, pero supuse que, si me iba a dejar sorprender por el pueblo, sería por medio del hombre de 64 años llevándome a este. 

Después de comer, volvimos al carro y dormí otro rato. Pasamos por Tunja, del cual conservo el vago recuerdo hace unos 11 años, cuando vinimos a visitar en familia a una tía, y de camino mi hermano casi queda ciego de un ojo. Anécdotas que se quedan, ¿no? Pero todos cantemos tres Amén porque, milagrosamente, se curó. Sin embargo, la ciudad ya no se veía tan milagrosa como antes, o enigmática. Ni siquiera estaba haciendo casi frío ese día. Seguí mirando por la ventana las calles subiendo y bajando, las casas de una ciudad pequeña normal, los colegios de monjas, y la gente que anda con sus vidas. Mi emoción, debo admitir, volvió a alcanzar su pico notable cuando, antes de entrar a la ciudad, pasamos el famoso puente de Boyacá. No nos detuvimos, claro, y cuando lo vi, los segundos fueron tan rápidos que no me dieron tiempo a documentarlo bien, pero pasé por historia patria, lo cual nunca deja de ser un hecho relevante. 



 

Momento de niña Kdrama (telenovela para los latinos)

Supe que, técnicamente, ya estábamos a nada de nuestro destino cuando agarramos por una vereda. Nicolás me había dicho que montaba a caballo a veces, y supuse desde ahí que su casa no estaba en el pueblo. Durante ese camino de ver árboles y montaña, don Javier habló: 

― Ahí está la primera estatua. 

Traté de recordar lo que estaba diciendo mientras disociaba. Ah, sí. Me estaba contando de su fundación, Athos, y que de camino a ella había unas estatuas, como la que acabábamos de pasar lentamente. Un tomate gigante, hecho en lo que parecía ser muchas láminas de metal y materiales parecidos al aluminio y de esa índole. Mide tal vez unos tres metros o más, y atrás, en una columna pequeña, está la placa de la fundación. 

― Eso está hecho con material reciclable ―me sigue contando don Javier.  

Más adelante, nos encontramos otra. Una especie de mezcla entre árbol y florero, oues la forma era ovalada con unos cambios. De adentro salían como ramas, y en su punta se encontraban mariposas de todos los colores. Era digno de ser visto en un museo, pero no. Ahí estaba, en la mitad de la nada donde no muchas personas podían apreciarlo. 

Cinco minutos después, estábamos parqueando en un hotel. Este es el momento en donde el subtítulo cobra sentido, porque casi paso una pena.  

Pero primero, vistazo del hotel.


 
 


Hicimos normal el recorrido. Habitaciones con esa vibe campestre pero elegante. Un spa, un restaurante y lo más impactante: un jacuzzi de leña. Yo nunca había escuchado de algo así, aunque después la idea cayó normal. Claro, así debe ser el clásico jacuzzi. Igual me causaba risa, porque es como una gran olla para nosotros ser el sancocho. 

Ahora sí, el momento de pena. Yo, como una boba, no había caído en cuenta que, claramente, el hotel era de don Javier. Es decir, me estaba dando el recorrido y el mesero en el restaurante había estado más atento a lo usual, como si fuera el patrón. Pues, sí era el patrón. Aunque la realización de mi estupidez cobró más vida cuando le dije mis dudas a Nicolás.  

Después me reí, porque se sentía como ese momento de telenovela o kdrama que va la niña pobre con el novio rico conociendo el mega hotel del papá. 

No soy pobre, ni mi novio rico, pero en cierta medida mi confusión fue de protagonista pendeja. 

 

 

ATHOS: Escuela de artes y oficios 

La Fundación ATHOS nace en 2020 de la voluntad de colombianos particulares, independientes en política y religión, identificados con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) propuestos al mundo por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo -PNUD- 

 https://www.fundacionathos.org/nosotros   

 

Llegamos a la fundación que don Javier alcanzó a mencionar cuando en el camino vimos las estatuas, y ahí no repara en palabras para contarme de qué trata. Su foco central es fomentar por medio de actividades el recuperar los oficios tradicionales como carpintería, metalmecánica, gastronomía, etc. 

Dentro de la misión de la fundación se encuentra: 

“Recuperar el legado artístico y de los oficios tradicionales desde el saber hacer de los maestros y mentores, brindando un espacio de aprendizaje, experimentación y creación para todas las personas interesadas en descubrir y desarrollar sus habilidades artísticas y artesanales, además, la fundación tiene como objetivo apoyar y fortalecer la economía local, al fomentar la producción y comercialización de productos artesanales de alta calidad, elaborados por las personas de la región.” 

Adentro, había un gigantesco taller, con maestros trabajando. Esculturas por todos lados, de todas las formas y materiales. Atrás, varios compartimientos estilo garage llenos de materiales para reutilizar, como han venido haciendo. Don Javier me contaba que era algo que quería más presente en el pueblo, pues es un proyecto específico para Villa de Leyva y Boyacá. Hasta ahora habían logrado talleres en carpintería y gastronomía, y quería muchas más estatuas para el camino del arte, como lo llaman en la fundación, que hasta ese momento solo pude ver el gran tomate, el árbol de mariposas (o ¿envase?) y un enorme caballo negro afuera de la fundación, que curiosamente parece el famoso caballo de Troya. 

Sin embargo, mi atención quedó cautiva en una puerta tan mística, que sentía la necesidad de cruzarla y luego aparecer en Narnia.  

 

Mi nueva hipótesis

Después de almorzar en el restaurante del hotel, bajamos al pueblo para que yo pudiera conocerlo por fin. 

No era tan diferente a otros pueblos tradicionales de Colombia. Tenía las grandes casas donde vivieron y murieron personas importantes. La arquitectura típica colonial que nunca pasa de moda, y que es el atractivo no solo de Boyacá, sino de otros sitios en Colombia como Santander o en el eje cafetero. El piso de piedra grande, que te hace sentir en una novela de época, a punto de encontrarte con Manuelita Sáenz o La Pola. Sin embargo, la distinción en saber que es Villa de Leyva radicaba en eso: ser consciente del lugar. Todos sabían dónde estaban. El lugar mismo es exaltado por ese sentido de pertenencia, explotado por locales o actividades turísticas en sus alrededores. 

 Mientras Nico me daba el recorrido, noté que lo que más mencionaba era restaurantes. 

Dije que iba a hablar de comida y lo haré. Por eso, aunque no llegué con hipótesis, me gustaría formular una para el futuro. 

¿Puede el turismo subsistir hoy en día sin la gastronomía? 

El Comité de Turismo y Competitividad (CTC) define el turismo gastronómico “como un tipo de actividad turística que se caracteriza por el hecho de que la experiencia del visitante cuando viaja está vinculada con la comida y con productos y actividades afines.”

Resulta que, antes, los papás de Nicolás tenían uno de los mejores restaurantes del pueblo. No sé si era de comida típica específicamente, pero sí sé que alrededor de la plaza, por las calles de los lados, solo oía menciones de dónde comer, de que se llena bastante y supe que debía ser uno de los atractivos. Es decir, tú no vas a Santa Marta, por ejemplo, y te pierdes de comer en Donde Chucho”. Lo mismo con “Chiflas” en Bucaramanga y carretera. Por eso, me vi en la obligación de, al menos, mirar de reojo el famoso museo de Chocolate. Nicolás insistió también en la inigualable milhoja de “La Galleta", pero ya estaba muy llena.  

Volviendo a mi teoría, empecé a considerar más a profundidad, gracias a este viaje, que realmente turismo sin buena comida ya no da. Después del cambio en el mercado que se ha dado comercializando gastronomías, la sazón de regiones y países cobran más importancia. La comida peruana, la mexicana, la italiana. Aquí, con los asados llaneros, la bandeja paisa y la comida costera. No se puede realmente vender una experiencia completa si a tu estómago no le llega nada. 

¿Quiero tener la oportunidad de comprobar esta hipótesis? Ojalá. A todos nos gusta viajar y comer sabroso.  

 

Me faltó el sombrero 

La experiencia no podía ser completa sin yo montar a caballo. A eso de las 11am, solo un poco antes, en la salida trasera de la casa nos estaban esperando tres caballos y un señor experto que nos acompañaría a Nicolás y a mi (realmente a , por si las moscas). 

El caballo para mí era una yegua blanca, llamada Esmeralda. En ese momento, lo sentí como el destino, porque esmeralda es mi piedra preciosa favorita. No es la de mi mes, pero no me importa, porque si alguien pregunta, yo contesto que es mi piedra. Y ahora, curiosamente, seríamos compañeras de paseo. 

Creo que vale la pena aclarar que yo NO SÉ MONTAR A CABALLO. Las únicas veces habían sido en el pueblo más cercano a Cúcuta con un guía y en Panaca, también con guía. Técnicamente acá tampoco estaba desamparada, pero se sentía más realista.  

Debí imaginarme que habría problemas con el caballo. Después de todo, era el que me tocó a mí, y yo suertuda, precisamente, no soy. 

Al inicio empezamos a andar por ese camino rocoso y de bajada. Todo bien hasta que al caballo se le dio por parar y dar la vuelta. Deben entender que mi nerviosismo es justificable, porque no importa cuántas veces yo tiraba de esa rienda, ella simplemente no me hacía caso.  

Fuckin Esmeralda. 

Sin embargo, cuando por fin empezó a colaborar, yo me sentía como una hermana Elizondo en Pasión de Gavilanes. Canté la canción y todo.  

*cantando 

Quién es ese hombreeeeeeeee, que me mira y me desnuda... 

Digamos que tuvimos una buena media hora de andar cuando llegó la gran revelación para mí. La muerte me pasó por el lado, me guiñó el ojo, se carcajeó en mi cara como si fuera yo un mal chiste (que sí soy) y luego me dejó ir. 

Yo casi me caigo de ese toche caballo.

A continuación, un video a momentos antes de la tragedia: 

Estaba guardando el celular en el bolso, cuando, por alguna razón, la Esmeralda se agitó y empezó a caminar más rápido. Bueno, no big deal, ya habíamos pasado por inconvenientes antes en esa media hora, entonces supuse que con una sola mano en la rienda se podía tener todo bajo control. 

Supuse mal. 

No podía cerrar el cierre, y justo en el camino íbamos de bajada. No, Dios mío, yo sentí que me iba a caer. Para mí, esa yegua iba trotando. Pero no podía dedicar mis dos manos a la rienda, o se me caía el celular del bolso, porque aún no lo había podido cerrar, y a mí otro celular no se me iba a ir al diablo otra vez (contexto: en octubre me lo robaron).  

Después de la bajada, iba subida, y yo todavía gritando auxilio porque estaba saltando en esa montura. Yo ME IBA A CAER. Se los juro, así Nicolás no me crea, ni nadie que monte a caballo. Esmeralda estaba que me tiraba para yo hacerme puré. Y yo no me puedo lastimar en Villa de Leyva, mi seguro no lo cubriría, porque mi EPS está en la M en Bogotá. 

Todo esto pasó en cuestión de alrededor de un minuto. 

Nicolás llegó por un lado a agarrar la rienda y por fin mi martirio pasó. 

Yo grité como loca y casi que lloro. Mala mía, porque al parecer a los caballos los exalta más el ruido, pero después de eso, estaba que me devolvía a pie. Excepto porque estábamos en todo el monte y 1. no sabía regresar, 2. era mucho trayecto. 

Así que, a Esmeralda y a mí nos tocó seguir siendo compañeras.

Después nos hicimos besties, porque ambas supimos controlarnos cuando pasó por al lado una manada de vacas y el caballo del señor se descontroló. Pero ¿nosotras? Frescas como lechugas. 

Ya no odiaba a Esmeralda, aunque intentó matarme como tres veces en todo el recorrido. 

¿Lección? Fácil.  

Cobos, por grabar para tu experiencia, casi me caigo del caballo. 

Niños, despéguense del celular. 



Aquí va mi unpopular opinion

No voy a entrar en detalles con el resto del día post experiencia cercana a la muerte, pero sí recalcaré otra vez que comí sabroso. Íbamos con unos amigos de don Javier que viven al lado de la casa. El señor se notaba que conocía Villa de Leyva de arriba para abajo, muy orgullosamente. Así que él nos dijo dónde almorzar, y fue buena elección. 

Pero ahora llegaba el momento de la verdad. Me tocaba probar la famosísima milhoja de La Galleta. 

Hicimos fila un rato para entrar, y cuando ya estábamos ubicados, pedimos. Honestamente, no quería comerme una sola porque estaba llena, pero como al señor novio no le gusta pedir así, entonces cada uno se fue con una completa (aunque, igual se comió lo que dejé). 

Describiré el postre para quienes no sepan. Es un dulce tradicional atribuido a la repostería francesa y tiene varias capas de esa masa crunchy, que es hojaldre, con arequipe (o dulce de leche) en el medio y crema pastelera o merengue. 

Debo decir algo chistoso, o curioso, y es que en Cúcuta la milhoja no es tan así. Como el calor daña todo, le toca permanecer en una nevera constantemente, y por eso, nunca sabe con la textura de hojaldre, sino simplemente fría. 

Comí una cucharada. Sabía rico, era crunchy. Pero, y aquí va mi unpopular opinion: no me mató.  No sé si es porque ya estaba bastante llena del almuerzo, aunque debo admitir que si hubiera comido helado perfectamente podía sin dejar y me sabría a gloria. Tenía mucha crema, mucho arequipe. Honestamente, un 7/10. 

De regreso a Chía estuve pensativa. ¿Me había divertido? Bastante, incluso si fue al borde de probablemente partirme un brazo. hipótesis (¿o conclusión?) de la  importante actual codependencia entre el turismo y la gastronomía. Incluso me di cuenta del gran sentido de pertenencia, así no sean de Villa de Leyva, de aquellos que van seguido, como don Javier. La iniciativa de don Javier de impulsar el arte y la tradición demostraban que mi expecatitva en cuanto a lo turístico en Villa de Leyva sí era positiva, porque busca un crecimiento en cuanto a volver el pueblo un sitio mucho más artístico, y sacarle el provecho más allá de restaurantes y planes a los alrededores de excursión.

En fin, que viva la fundación, el arte, la buena comida y... los caballos.


#EsmeraldaMyBestie

 


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